Años 90 La innovación con la ONCE
Años 90 La innovación con la ONCE
por Ander Izagirre
Manolo Saiz recuerda el día en que entró al caserío Etxeondo y abrió las cajas de la ropa del equipo que acababa de crear.
– En ese momento me di cuenta de que la ONCE era una realidad. Fue una sensación muy física: abrir las cajas, tocar las prendas, olerlas… En los siguientes días se las repartí a los ciclistas, así empezamos a soñar.
Los sueños se fueron cumpliendo rápido. En la primera etapa de la Vuelta al País Vasco de aquel 1989, dos corredores de la ONCE coparon los primeros puestos: Johnny Weltz y Peio Ruiz Cabestany. Paco Rodrigo, fundador de Etxeondo, se presentó en la salida de la siguiente etapa con más cajas.
– Ahí me di cuenta de cómo cuidaba Paco a sus equipos – dice Saiz -. Esa mañana caían chuzos de punta y él vino con los mejores chubasqueros y botines para la lluvia, los corredores estaban encantados.
Manolo Saiz, nacido en Torrelavega (Cantabria) en 1959, era un preparador físico que nunca se imaginó como director deportivo. Su proyecto ciclista se basaba en la innovación: innovó los entrenamientos, los materiales, la concepción del equipo, la estrategia en carrera. Para innovar en la ropa, encontró la complicidad de Etxeondo. Y la manera de desplegar sus ideas fue la creación del equipo ONCE. Contó con ciclistas como Eduardo Chozas, a quien ya entrenaba en 1980, cuando Chozas era un neoprofesional y Saiz un estudiante de segundo curso en el Instituto Nacional de Educación Física (INEF) de Madrid.
– En esa época, los ciclistas se levantaban por la mañana, miraban si hacía bueno, quedaban con otros compañeros y salían a dar una vuelta de 100 o 120 kilómetros sin ningún plan – dice Saiz -. Al menos se picaban subiendo una montaña o esprintaban hasta el cartel de un pueblo, eso les ayudaba, de manera intuitiva. Yo salía a entrenar de chavaluco, con 16 o 17 años, cuando era juvenil, y a veces nos juntábamos con el grupo de González Linares. Recuerdo la bronca que me echó una vez para que me pusiera delante y le quitara el viento. Fíjate, un profesional hecho y derecho, uno que le ganó cronos a Merckx… Esa era la idea del entrenamiento.
En el INEF, Saiz descubrió un recurso muy valioso:
– Una gran biblioteca con traductores. Si te interesaba un artículo de una revista o de un libro extranjero, te lo traducían. Leí mucho sobre métodos de entrenamiento de la Unión Soviética, de la Alemania Oriental, que eran los países más avanzados.
Saiz empezó a entrenar a ciclistas cántabros que habían corrido con él hasta juveniles y a ciclistas madrileños.
– Quedábamos en la Casa de Campo para los entrenamientos, luego venían al INEF para hacer ejercicios en el gimnasio. Allí los ciclistas coincidían con los jugadores del Real Madrid de baloncesto, con atletas, jugadores de balonmano, aprendían de otros deportistas, eso era novedoso.
En el INEF, Saiz descubrió un recurso muy valioso:
– Una gran biblioteca con traductores. Si te interesaba un artículo de una revista o de un libro extranjero, te lo traducían. Leí mucho sobre métodos de entrenamiento de la Unión Soviética, de la Alemania Oriental, que eran los países más avanzados.
Saiz empezó a entrenar a ciclistas cántabros que habían corrido con él hasta juveniles y a ciclistas madrileños.
– Quedábamos en la Casa de Campo para los entrenamientos, luego venían al INEF para hacer ejercicios en el gimnasio. Allí los ciclistas coincidían con los jugadores del Real Madrid de baloncesto, con atletas, jugadores de balonmano, aprendían de otros deportistas, eso era novedoso.
Hasta entonces el invierno era una época de descanso… y de descuido.
– Colgaban la bici, se dedicaban a comer chuletas y patatas con chorizo y llegaban a la Ruta del Sol con trescientos kilómetros de entrenamiento y doce kilos de más. Las primeras carreras del año las ganaban siempre los extranjeros, porque ellos preparaban las clásicas y salían a entrenar con frío, agua, nieve, les daba igual. Los españoles, si llovía, se quedaban en casa.
Saiz preparó entrenamientos invernales para sus corredores, al margen de la bicicleta.
– Íbamos a la playa de Suances o a la de Liencres y hacíamos multisaltos en la arena, en distintas alturas del agua, en las gradas. Hacíamos carrera continua, gimnasia, pesas, así hasta el 15 o 20 de diciembre.
Hasta entonces el invierno era una época de descanso… y de descuido.
– Colgaban la bici, se dedicaban a comer chuletas y patatas con chorizo y llegaban a la Ruta del Sol con trescientos kilómetros de entrenamiento y doce kilos de más. Las primeras carreras del año las ganaban siempre los extranjeros, porque ellos preparaban las clásicas y salían a entrenar con frío, agua, nieve, les daba igual. Los españoles, si llovía, se quedaban en casa.
Saiz preparó entrenamientos invernales para sus corredores, al margen de la bicicleta.
– Íbamos a la playa de Suances o a la de Liencres y hacíamos multisaltos en la arena, en distintas alturas del agua, en las gradas. Hacíamos carrera continua, gimnasia, pesas, así hasta el 15 o 20 de diciembre.
Colgaban la bici, se dedicaban a comer chuletas y patatas con chorizo y llegaban a la Ruta del Sol con trescientos kilómetros de entrenamiento y doce kilos de más.
– Sí, sobre todo de los directores veteranos. El ciclista solo tenía que pedalear y acumular kilómetros, pensaban que eso de la playa y el gimnasio era un cachondeo. Mi inmensa fortuna fue tener a ciclistas como Rupérez o Chozas, muy disciplinados. Los propios directores se sorprendieron al ver a Chozas en las primeras carreras del año: “¡Oye, pero qué delgado vienes!”.
En enero de 1983, tras unos entrenamientos invernales exigentes, Chozas recorrió muchísimos kilómetros tras la Vespa que conducía Manolo Saiz.
– Me perdí muchas clases para salir a entrenar con él -se ríe.
Y Chozas empezó la temporada ganándolo todo con apenas 22 años: la Vuelta a Andalucía, el trofeo de Camp de Morvedre, el de Sabiñánigo… Quedó sexto en la Vuelta a España y octavo en el Giro, con un triunfo de etapa. En esa época lo habitual era que los ciclistas encadenaran carreras una tras otra. Dice Saiz que al planificar los entrenamientos también planificaban la temporada: los momentos de entrenar la resistencia, la fuerza, los picos de forma, los descansos…
– Yo les preparaba minitemporadas dentro de una temporada. Un entrenador piensa en el presente y el futuro: si tiene 22 años lo entreno así, el año que viene con 23 será así, cuando tenga 25 será así… Al final planificas una vida deportiva.
En aquel 1983 tan exitoso, Chozas corría con el Zor: el primer equipo profesional, junto con Reynolds, vestido por Etxeondo. Manolo Saiz conoció el trabajo de Paco Rodrigo con los equipos de los años 80 y cuando montó la ONCE le encargó la ropa.
– Paco siempre conocía los mejores materiales, la última fibra que acababa de salir. A mí me gustaba mucho cómo perfeccionaba cada detalle. Nos entendimos muy bien. Me acuerdo mucho de aquella prenda de invierno con capucha, era el cambio de la lana a la fibra, que era más ligera y abrigaba más, empezamos con el goretex… ¡Y aquel buzo para que los ciclistas se recuperaran después de las etapas!
– Os preparé un buzo negro especial, con thermolite, una fibra hueca, para mantener el calor -explica Paco Rodrigo-. Nada más terminar la carrera, los ciclistas se lo ponían hasta que llegaban a la ducha y al masaje.
– Era un buzo muy bueno -sigue Saiz-. Hay una parte psicológica en todo esto: tú se lo vendes a los corredores, les explicas que están en el equipo que mejor recupera, cuando llegan a meta tienen inmediatamente la comida y la bebida idónea, les damos ese buzo para mantener la temperatura corporal, porque así el riego sanguíneo fluye mejor… Yo explicaba a los corredores por qué hacíamos cada cosa y eso calaba mucho. Los ciclistas estaban enamorados de las novedades de Paco.
– Yo les preparaba minitemporadas dentro de una temporada. Un entrenador piensa en el presente y el futuro: si tiene 22 años lo entreno así, el año que viene con 23 será así, cuando tenga 25 será así… Al final planificas una vida deportiva.
En aquel 1983 tan exitoso, Chozas corría con el Zor: el primer equipo profesional, junto con Reynolds, vestido por Etxeondo. Manolo Saiz conoció el trabajo de Paco Rodrigo con los equipos de los años 80 y cuando montó la ONCE le encargó la ropa.
– Paco siempre conocía los mejores materiales, la última fibra que acababa de salir. A mí me gustaba mucho cómo perfeccionaba cada detalle. Nos entendimos muy bien. Me acuerdo mucho de aquella prenda de invierno con capucha, era el cambio de la lana a la fibra, que era más ligera y abrigaba más, empezamos con el goretex… ¡Y aquel buzo para que los ciclistas se recuperaran después de las etapas!
– Os preparé un buzo negro especial, con thermolite, una fibra hueca, para mantener el calor -explica Paco Rodrigo-. Nada más terminar la carrera, los ciclistas se lo ponían hasta que llegaban a la ducha y al masaje.
– Era un buzo muy bueno -sigue Saiz-. Hay una parte psicológica en todo esto: tú se lo vendes a los corredores, les explicas que están en el equipo que mejor recupera, cuando llegan a meta tienen inmediatamente la comida y la bebida idónea, les damos ese buzo para mantener la temperatura corporal, porque así el riego sanguíneo fluye mejor… Yo explicaba a los corredores por qué hacíamos cada cosa y eso calaba mucho. Los ciclistas estaban enamorados de las novedades de Paco.
En las cronos todos los equipos salían con buzo corto -sigue Saiz- y nosotros empezamos con los buzos de manga larga, con ese detalle del agujero para meter el dedo pulgar y así llevarlo siempre estirado, sin un pliegue, lo más aerodinámico posible...
El buzo les resultaba tan cómodo y agradable que algunos salían a entrenar con él. Saiz les decía que no, que podían llevarlo en alguna salida ligera pero no en entrenamientos largos. Cada prenda estaba pensada para su momento.
– En las cronos todos los equipos salían con buzo corto -sigue Saiz- y nosotros empezamos con los buzos de manga larga, con ese detalle del agujero para meter el dedo pulgar y así llevarlo siempre estirado, sin un pliegue, lo más aerodinámico posible…
– Hablábamos mucho de ropa -dice Paco Rodrigo-. Manolo me apretaba, quería que le buscara lo mejor. A lo mejor estábamos cenando, él soltaba algún comentario, yo no decía nada pero me ponía a darle vueltas a la idea…
– Una vez te hablé de los buzos que usaban los rusos en el velódromo, Ekimov y todos aquellos, ¿te acuerdas, Paco? Esos buzos rojos tan brillantes, que parecían de plástico. Te comenté que nadie había vuelto a usar aquel tejido.
– Os los hice por primera vez para un Tour, para una crono en la que hacía un calor terrible…
– Para el prólogo de Puy-du-Fou.
– Ese. Conseguí estampar los buzos, que no era nada fácil con ese tejido, y pensaba: a ver qué pasa cuando los estiren, a ver cómo quedan, a ver cómo les sienta…
– Salimos con aquel buzo largo de color rosa chicle y con las bicis Lotus.
La ONCE metió cuatro corredores entre los trece primeros: Zülle quedó segundo, Jalabert noveno, Bruyneel duodécimo y Breukink decimotercero.
El buzo les resultaba tan cómodo y agradable que algunos salían a entrenar con él. Saiz les decía que no, que podían llevarlo en alguna salida ligera pero no en entrenamientos largos. Cada prenda estaba pensada para su momento.
– En las cronos todos los equipos salían con buzo corto -sigue Saiz- y nosotros empezamos con los buzos de manga larga, con ese detalle del agujero para meter el dedo pulgar y así llevarlo siempre estirado, sin un pliegue, lo más aerodinámico posible…
– Hablábamos mucho de ropa -dice Paco Rodrigo-. Manolo me apretaba, quería que le buscara lo mejor. A lo mejor estábamos cenando, él soltaba algún comentario, yo no decía nada pero me ponía a darle vueltas a la idea…
– Una vez te hablé de los buzos que usaban los rusos en el velódromo, Ekimov y todos aquellos, ¿te acuerdas, Paco? Esos buzos rojos tan brillantes, que parecían de plástico. Te comenté que nadie había vuelto a usar aquel tejido.
– Os los hice por primera vez para un Tour, para una crono en la que hacía un calor terrible…
– Para el prólogo de Puy-du-Fou.
– Ese. Conseguí estampar los buzos, que no era nada fácil con ese tejido, y pensaba: a ver qué pasa cuando los estiren, a ver cómo quedan, a ver cómo les sienta…
– Salimos con aquel buzo largo de color rosa chicle y con las bicis Lotus.
La ONCE metió cuatro corredores entre los trece primeros: Zülle quedó segundo, Jalabert noveno, Bruyneel duodécimo y Breukink decimotercero.
– Pero siempre había uno que nos ganaba el prólogo del Tour por un pelo -se ríe Saiz.
Se refiere, por supuesto, a Miguel Induráin. El año anterior, en el prólogo del Tour de 1992 en San Sebastián, el navarro batió por dos segundos a Zülle. Fue un palo gordo para la ONCE, dice Saiz, pero al día siguiente había una meta volante con puntos y bonificaciones en Zarautz, en los primeros kilómetros de la etapa, y buscaron la manera de conseguir el maillot amarillo.
– Yo me llevaba muy bien con los corredores de otros equipos, ellos tenían mi ayuda cuando la necesitaban, lo normal, los acuerdos habituales del ciclismo. En la salida hablé con Cipollini, que era el capo de los sprinters: “Mira, Mario, Zülle va a atacar en el alto de Orio para coger la bonificación en Zarautz. Te pido que no tiréis a por él, tú esprinta por la segunda plaza y así evitas que Miguel coja segundos”. No creo que Miguel se hubiera metido a esprintar, pero había que preverlo todo, por si acaso.
Saiz trabajaba a fondo la estrategia, buscaba cualquier punto en el que pudiera dar una sorpresa, obtener una ventaja, pero sabía que el ciclismo es imprevisible.
– Zülle ya tenía los segundos para el maillot amarillo, pero de repente le empezó a dar problemas una zapatilla, a mitad de etapa se la quitó y se puso una de su compañero Xabier Aldanondo que era de talla parecida, tenían que subir Jaizkibel… Salvó el día, pero menudo calvario.
La ONCE tuvo algunos de los ciclistas más destacados del panorama mundial (Lejarreta, Mauri, Zülle, Jalabert, Beloki…) pero formó, sobre todo, bloques temibles: ganaban las cronos por equipos, atacaban en tromba desde lejos con varios corredores a la vez, como en la legendaria etapa de media montaña de Mende en el Tour de 1995: Stephens, Mauri y Jalabert alcanzaron diez minutos de ventaja, pusieron en apuros al equipo Banesto del líder Induráin y al final le recortaron cinco. Zülle se colocó segundo en la general, Jalabert tercero y Mauri quinto: nunca consiguieron derribar a Induráin, pero desataron su fuerza colectiva para dar algunas de las batallas más emocionantes de aquellos años.
– Cuando yo llegué al ciclismo, los equipos tenían un líder y todos los demás eran gregarios puros y duros, que ganaban lo mínimo y trabajaban siempre al servicio del líder, sin ninguna ambición personal. Yo quise hacer un ciclismo de equipo: teníamos nuestros líderes, pero todos los corredores eran importantes. Yo trataba a todos por igual, todos tenían sus oportunidades durante el año, así el equipo funcionaba mucho mejor. Ganábamos carreras con Zülle y Jalabert, pero también con Díaz Zabala, Iñigo Cuesta, Neil Stephens… Quería que rindieran todos al máximo.
– La ONCE era el equipo con mejor imagen -dice Paco Rodrigo-. Porque su director era el más atrevido, funcionaban como bloque, marcaban cómo se corría… Hacían un marketing buenísimo pero no con palabras sino con hechos. Eso se notaba, yo vendía miles de prendas de la ONCE.
– Pero siempre había uno que nos ganaba el prólogo del Tour por un pelo -se ríe Saiz.
Se refiere, por supuesto, a Miguel Induráin. El año anterior, en el prólogo del Tour de 1992 en San Sebastián, el navarro batió por dos segundos a Zülle. Fue un palo gordo para la ONCE, dice Saiz, pero al día siguiente había una meta volante con puntos y bonificaciones en Zarautz, en los primeros kilómetros de la etapa, y buscaron la manera de conseguir el maillot amarillo.
– Yo me llevaba muy bien con los corredores de otros equipos, ellos tenían mi ayuda cuando la necesitaban, lo normal, los acuerdos habituales del ciclismo. En la salida hablé con Cipollini, que era el capo de los sprinters: “Mira, Mario, Zülle va a atacar en el alto de Orio para coger la bonificación en Zarautz. Te pido que no tiréis a por él, tú esprinta por la segunda plaza y así evitas que Miguel coja segundos”. No creo que Miguel se hubiera metido a esprintar, pero había que preverlo todo, por si acaso.
Saiz trabajaba a fondo la estrategia, buscaba cualquier punto en el que pudiera dar una sorpresa, obtener una ventaja, pero sabía que el ciclismo es imprevisible.
– Zülle ya tenía los segundos para el maillot amarillo, pero de repente le empezó a dar problemas una zapatilla, a mitad de etapa se la quitó y se puso una de su compañero Xabier Aldanondo que era de talla parecida, tenían que subir Jaizkibel… Salvó el día, pero menudo calvario.
La ONCE tuvo algunos de los ciclistas más destacados del panorama mundial (Lejarreta, Mauri, Zülle, Jalabert, Beloki…) pero formó, sobre todo, bloques temibles: ganaban las cronos por equipos, atacaban en tromba desde lejos con varios corredores a la vez, como en la legendaria etapa de media montaña de Mende en el Tour de 1995: Stephens, Mauri y Jalabert alcanzaron diez minutos de ventaja, pusieron en apuros al equipo Banesto del líder Induráin y al final le recortaron cinco. Zülle se colocó segundo en la general, Jalabert tercero y Mauri quinto: nunca consiguieron derribar a Induráin, pero desataron su fuerza colectiva para dar algunas de las batallas más emocionantes de aquellos años.