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Los años de la audacia (1983-1988)

1ª parte.

Viene de la segunda parte.

por Ander Izagirre.

-Cuántos ciclistas se bajaban de la bici porque ya no aguantaban el roce con el sillín… -dice Pedro Delgado.

Ocurría con más frecuencia en los tiempos de las badanas de cuero, que eran ásperas y formaban pliegues. Con la acumulación de horas y días pedaleando, con el sudor y el polvo, con las carreteras rugosas y bacheadas, cualquier imperfección de la badana podía dejar el perineo de los ciclistas al rojo vivo. El roce producía forúnculos, abscesos, fístulas. Y los ciclistas soportaban un martirio que a menudo terminaba en abandono.

-Yo creo que tuve algún problema de ese tipo cuando era juvenil, pero en los años 80 ya pasamos página -sigue Delgado al teléfono-.

Enseguida entró Etxeondo y todo cambió, la obsesión de Paco eran los culotes y las badanas, siempre estaba buscando el modo de mejorarlos, pasamos a los culotes de licra y a las badanas sintéticas y yo al menos ya no tuve problemas. Pero en las épocas anteriores… buf, ya te contarán los veteranos las historias de los filetes que se ponían para las rozaduras…

Los veteranos son Txomin Perurena y Ramón Mendiburu, que se juntan con Paco Rodrigo, fundador de Etxeondo, para repasar la modernización del ciclismo en general y de la ropa en particular durante los años 80. Paco empieza puntualizando.

-Las seguimos llamando badanas, pero las de ahora ya no son badanas.

El diccionario lo confirma: la badana es una piel curtida de oveja. Se cosían tiras de ese cuero en el interior de los sombreros para que absorbieran el sudor. Las usaban también como amortiguación para montar a caballo, de ahí pasaron al ciclismo.

-La badana era la peor piel, la más basta -sigue Paco-. La más fina era la de caloyo: de cordero recién nacido. Se buscaba la piel del cordero que no hubiera salido al campo, que ni siquiera hubiera recibido la luz del sol. No era mejor que los tejidos sintéticos de ahora, pero era muy suave, muy agradable, lo más fino que había, y costaba un dineral. Alta peletería. A mí siempre me han interesado mucho las texturas, son mi obsesión. Y veía que en los culotes muchas veces usaban pieles de corderos que ya habían salido al campo, de ovejas, pieles más duras. A veces tenían espinitas vegetales minúsculas. Esas badanas eran ásperas, picaban, con los pinchitos en la badana ya te puedes imaginar lo que le pasaba al ciclista.

Delgado pertenece a una generación bisagra, la que todavía creció con el bote de crema siempre en la maleta.

-Hasta que llegaron las sintéticas, las badanas eran siempre una preocupación. Había que darles crema para que no se quedaran duras, pero tampoco demasiada crema para que no se hiciera ahí una pasta. Y tú qué crema le pones y cuánta le pones….

Perurena, ganador de 158 carreras entre 1966 y 1979 con Fagor, Kas y Teka, recuerda que en aquellos años los ciclistas disponían de poca ropa.

-Nos íbamos a una vuelta de tres semanas con dos o tres culotes nada más. Al final de cada etapa teníamos que lavar el culote en el lavabo del hotel con la pastilla de jabón, pero no lo hacíamos siempre, después de un palizón no teníamos ganas de ponernos a lavar, y a veces usábamos el mismo culote al día siguiente. No nos preocupábamos por la higiene.

-Eso es malísimo -tercia Paco-. El culote hay que lavarlo después de cada uso, aunque solo hayas hecho veinte kilómetros, porque si lo dejas sudado, se multiplican las bacterias, se estropea la badana y te estropeas tú. Por ahí vienen las infecciones…

Mendiburu, corredor en los años 60, seleccionador nacional, directivo de la Vuelta a España y la Unión Ciclista Internacional, mánager de los equipos Kas y Fagor, recuerda uno de sus peores momentos sobre el sillín. -En el Tour de 1967 lo pasé fatal con la forunculosis -recuerda-. Me salieron varios forúnculos y a otros compañeros de equipo también, menuda epidemia. No podía ni sentarme. Y me daban fiebre.

Los forúnculos son inflamaciones causadas por una infección bacteriana, suelen producirse en zonas del cuerpo con pelos, humedad y roce con la ropa.

-Me retiré en los Pirineos, casi al final del Tour -dice Mendiburu-. Volví a San Sebastián y me trató el doctor Echavarren, especialista en medicina deportiva. Vio cómo tenía todo rojo, todo inflamado, y me dijo: “¡Pero qué burro, pero cómo andas así, te puede dar una infección terrible!”. Me sacó sangre del brazo, me la inyectó en esa zona y enseguida se me fue curando.

A las badanas rugosas, la falta de higiene y la polvareda de aquellas carreteras, se le unió el calor dramático de aquel Tour.

-En la salida de Marsella cascaba un sol tremendo. Nunca olvidaré a Tom Simpson recogiendo agua de una acequia con la gorra y echándosela por la cabeza. Yo pensaba: “Si ahora estás ya asado, cómo estarás dentro de doscientos kilómetros…”. En plena carrera Jesús Aranzábal metió la cabeza en un abrevadero, salió con todo el verdín colgando de las orejas… y con dos botellas de champán que alguien había dejado a refrescar.

A los doscientos kilómetros esperaba el Mont Ventoux.

-Yo subía en un grupito con Jean Stablinski. A falta de un par de kilómetros, en aquel pedregal, vimos a un corro de gente en la cuneta, alrededor de un ciclista tirado en el suelo. El doctor Dumas le estaba haciendo el boca a boca. Stablinski preguntó: “Qui est-ce?”. “C’est Tom, c’est Tom!”.

“Siempre tuve cerca gente osada”.

A principios de los años 80, el ciclismo español se modernizó rápido. La televisión emitió por primera vez en directo la Vuelta, la prensa y la radio dedicaron mucho espacio al ciclismo, esa visibilidad atrajo a muchos patrocinadores, aumentaron los presupuestos, mejoraron los materiales…

Mendiburu, director técnico de la Vuelta a España, estuvo en el origen de ese cambio.

-Televisión Española solo daba un resumen de veinte minutos por la noche. Al terminar la Vuelta de 1982 nos dijeron: “Si el año que viene traéis a Hinault, damos la carrera en directo”. Me fui a París para pedirle a Félix Lévitan, organizador del Tour, que me echara una mano. Él convenció a Guimard, el director de Hinault, y me dijo que ya estaba hecho, que hablara con él para acordar las condiciones. Trajimos a Hinault, fue la primera Vuelta retransmitida en directo y salió fenomenal: una batalla de Hinault contra Lejarreta, Gorospe, Alberto Fernández, la primera llegada a los Lagos de Enol… Hinault ganó pero le costó la rodilla. Se la tuvo que operar, se perdió el Tour, la temporada siguiente tampoco anduvo bien…

-A partir de entonces fue todo rapidísimo -dice Paco Rodrigo. En ese mismo 1983, Etxeondo vistió a sus primeros ciclistas profesionales y subió a los podios del Giro y el Tour-. Veníamos de estampar camisetas en nuestro caserío, de vestir al equipo aficionado Orbea-Danena, y de pronto estábamos en la primera fila del ciclismo mundial. A veces los acontecimientos iban por delante, conseguimos más éxitos de lo esperable y desde nuestro pequeño taller teníamos que ir a ferias de toda Europa y llevar la mejor ropa de ciclismo. Yo no sentía vértigo: sentía mucha energía. Zor y Reynolds nos dieron visibilidad, vendimos mucho, fue un empujón económico y yo vi que Etxeondo se iba ganando un prestigio, que podíamos competir. Fíjate qué corredorazos teníamos: Alberto Fernández, Chozas, Pino, Gorospe, Arroyo, Delgado… Fue una generación que se quitó los complejos. Nosotros igual.

Pedro Delgado tenía entonces 23 años. Participó por primera vez en el Tour, deslumbró con tres segundos puestos en etapas de montaña y se quedó cerca del maillot amarillo de Fignon hasta que se hundió en una de las últimas jornadas.

-Fuimos al Tour porque se empeñó José Miguel Echavarri -dice-. Los equipos españoles casi no salían al extranjero porque en España había carreras todo el año y no tenían necesidad ni ganas de competir en otros países. Echavarri era un director joven y con ambición, pidió plaza en el Tour y allí fuimos: acomplejados. En las primeras etapas salíamos a toda leche, aquello era una locura, íbamos asustados. Cada vez que había una caída, en el pelotón nos gritaban a los españoles y a los colombianos: “¡Que no sabéis andar!”. Éramos ciclistas de segunda. Durante la primera semana, llegar a la meta ya era un triunfo. En la montaña cambió todo. En la cronoescalada al Puy-de-Dôme ganó Arroyo, yo fui segundo, y por la noche, cenando en el hotel, se acercó a felicitarnos Peter Post, director del Ti Raleigh, que era un equipazo holandés. Yo no le di mucha importancia. Pero Echavarri nos dijo: “Oye, ¿habéis visto quién nos ha felicitado? Nos hemos ganado el respeto del pelotón”.

Delgado se vio de repente peleando por ganar el Tour.

-Cambiamos rápido de mentalidad. Hasta entonces teníamos la sensación de correr con desventaja: los franceses, los belgas o los holandeses tenían mejores bicis, mejores ropas, equipos más profesionales… En realidad no había tanta diferencia, pero salíamos con ese complejo. Nos lo quitamos enseguida.

Uno de los avances que recuerda Delgado es el de la ropa.

-Llegó Etxeondo y por fin teníamos un maillot y no una manta -se ríe.

Hasta entonces llevaban maillots de lana más bastos, poco ajustados, que en verano daban calor y con lluvia se volvían pesados. La aparición de la licra mejoró mucho las prendas.
-Paco era muy fino, nos preparaba un maillot ligero para los días de calor y otro más grueso para los días fríos. Eso era una novedad. Éramos la envidia del pelotón: teníamos unos culotes de licra que brillaban, aquellos buzos de contrarreloj ceñidos, las cintas del pelo para que no te entrara el sudor en los ojos… Sentíamos que la ropa nos quedaba bien.

Delgado recuerda que Paco Rodrigo hablaba a menudo con los ciclistas para pedirles sugerencias.

-En los primeros culotes de licra, por ejemplo, la badana se agrietaba y se soltaba enseguida. Le decíamos: “¡A ver, Paco, qué desastre!”, y él se ponía las pilas hasta solucionar el problema. Siempre estaba obsesionado por evolucionar. Éramos todos jóvenes, los directores, los ciclistas, el de la ropa… Fuimos aprendiendo de la mano.

-Crecimos juntos, sí -confirma Paco Rodrigo-. Prueba y error, cambiar unas máquinas por otras, así aprendimos. Entonces no había tecnologías digitales ni estudios biomecánicos ni nada tan preciso, nuestro trabajo tenía un punto romántico, de intuición, de creatividad, de la experiencia del artesano. Eso me apasionaba. Metía un montón de horas, pero un montón. Lo bueno es que siempre tuve cerca a gente osada. A mí me inspiraban. Peli Egaña y Patxi Alkorta, los que montaron el equipo Orbea, me apretaban mucho, me exigían competir con los mejores.
El equipo Orbea de aficionados, liderado por chavales como Pello Ruiz Cabestany y Jokin Mujika, pasó en bloque a profesionales en 1984. Etxeondo los vestía desde hacía cinco años y también participó en esta aventura de novatos que buscaban su hueco en el pelotón internacional. Contrataron como director deportivo a Txomin Perurena.

-Txomin se las sabía todas -sigue Paco Rodrigo-. A veces nos reuníamos con gente importante, patrocinadores, jefes de empresas, y cuando llegábamos a los sitios, él se ponía detrás y me iba empujando un poco, “venga, navarro, tira p’alante”. Quería que me conocieran, que yo les hablara de Etxeondo. Un día fuimos a una feria no sé dónde, en Alemania o en Francia…

-En Milán -le corrige Perurena-. Fuimos a una feria a ver ropa y luego a una fábrica…

-Ah, sí, fuimos a la fábrica. Nos recibieron unos ingenieros textiles, me preguntaron qué buscabamos y les dije: “Elastómeros”.

Perurena se ríe:

-Yo me quedé impresionado. ¡Jodé con el Paco! ¡Elastómeros!

-Hombre, claro, tú te pensabas que a ver adónde iba el navarro de campo este, y ahí viste que me entendía con los ingenieros de Milán, que hablaba su mismo idioma.

Orbea creció rápido. Cabestany ganó la Vuelta al País Vasco de 1985 y detonó una explosión de popularidad: el chaval de casa, enrolado en el equipo de casa, vestido con la ropa de casa, se llevaba la carrera de casa ante figuras como Lemond, Kelly o Delgado. Ese mismo año Cabestany vistió varios días de amarillo en la Vuelta a España y venció una etapa. En la temporada siguiente ganó otra etapa en el Tour. Los patrocinios como Gin MG, Seat y luego Caja Rural permitieron fichajes como el de Delgado, que en 1985 remató una etapa legendaria del Orbea en Luz Ardiden.

Paco Rodrigo viajó en los coches del equipo durante aquel Tour y le tocó hacer un poco de todo. Unos días antes de llegar a los Pirineos, en plenos Sanfermines, unos periodistas colombianos de Radio Caracol se acercaron a la ventanilla del primer coche.

-Tenemos con nosotros en directo a don Domingoooo Perurenaaa, ciclista de leyenda, director del equipo Orrrrbeaaaa…

Perurena respondió a un par de preguntas y cambió de tema:

-En el coche viene Paco Rodrigo, ‘el Ruiseñor de las Bardenas’, un gran cantante navarro de jotas. Paco, cántales algo a nuestros amigos colombianos, anda.

-¡En directo con ustedeees, para toda Colombiaaa, el cantante de jotas don Paco Rodrigoooo!

Paco se parte de risa:

-Les canté la jota esa de las lágrimas: “Échame, niña bonita / lágrimas en mi pañuelo / y las llevaré a Pamplona / que las engarce un platero”…

En aquel Tour vivieron momentos más tensos, como la etapa de los Pirineos que se suele poner como ejemplo de una estrategia de equipo perfecta. Tres grandes puertos (Aspin, Tourmalet y Luz Ardiden), tres ciclistas del Seat-Orbea en ataques escalonados (Del Ramo, Cabestany y Delgado) y triunfo de Perico. ¿De verdad estaba planeada así o fue una improvisación que salió bien? .

-Claro que habíamos preparado una estrategia -dice Perurena-, porque llegábamos a los Pirineos con toda la afición vasca esperando. El plan era que primero atacara Jokin Mujika pero no tuvo el día. En su lugar salió Pepe del Ramo, ‘el Gato’, un poco antes del Aspin. Hizo su faena, ¿eh? Cogió un minuto…

-Un minuto no, 53 segundos -interrumpe Paco Rodrigo, que ese día iba en el segundo coche del equipo, de copiloto de Pascua Piqueras, el preparador físico de Delgado-. Para que los jueces nos dejaran adelantar al pelotón y llegar hasta Del Ramo, tenía que haber un minuto de diferencia. Radio Tour iba diciendo: “Del Ramo, 50 segundos”, “Del Ramo, 53 segundos”, y no subía más. Entonces oigo a Txomin por la radio: “¡Atilano, iros p’alante, iros con ‘el Gato’!”.

Txomin suele llamar Atilano a Paco Rodrigo, por el nombre de su abuelo.

-Ponte tú a adelantar al pelotón subiendo al Aspin, que entonces era todavía más estrecho que ahora, menuda carreterita llena de piedras, al lado de los barrancos… -dice Paco, o Atilano-. Pascua iba dando bocinazos para adelantar al pelotón. Conseguimos llegar a la cabeza y nos encontramos con todos los favoritos en primera fila, bloqueando la carretera de lado a lado, Hinault, Lemond, Herrera, Parra, Perico… Intentamos pasarlos y nada, frenazo. Lo volvimos a intentar y yo pensaba: “Ya verás, a estos los tiramos por el barranco y los matamos”. Saqué la cabeza por la ventanilla y grité: “¡Zoetemelk, fuera!”. El tío me miró con una cara… Al final pasamos.

Del Ramo coronó el Aspin con poca ventaja.

-En la bajada dice Radio Tour: “Ataca Ruiz Cabestany”. Y enseguida Txomin: “Decidle al ‘Gato’ que respire un poco y que espere a Peio”. Del Ramo tiró de Peio entre el Aspin y el Tourmalet pero se le iban acabando las fuerzas. Txomin preguntó por la radio: “¿Cómo va ‘el Gato’?”. Y le dije: “¡Miau!”. Peio se fue solo Tourmalet arriba y cogió tres minutos.

-El mayor mérito de Peio fue no abandonar en los días anteriores, porque andaba con un catarrazo… -dice Perurena-. El Tourmalet lo subió de maravilla.

En el grupo de los favoritos atacó Roche, contraatacó Delgado y se marchó en solitario. Cabestany pasó primero el Tourmalet y Delgado segundo a 1’18”. Los demás venían ya a tres minutos.

Con un Orbea escapado y otro persiguiéndolo, el director debía tomar una decisión. Paco Rodrigo recuerda aquellos momentos tensos en el coche.

-Pascua Piqueras era de Perico y yo de Peio, como ser del Madrid y del Barça -se ríe-. Entonces Txomin nos habló por la radio: “Decidle a Peio que pare. Que espere a Perico. Atilano, díselo tú, que sois amigos”.

Cabestany contaría después que se veía con opciones de ganar la etapa y se echó a llorar cuando le dieron la orden de esperar.

-Yo iba sufriendo en el coche -cuenta Perurena-. Perico aprovechó la bajada del Tourmalet para ir comiendo, hizo bien, pero tardó en llegar hasta Peio. A mí se me hizo interminable. No tenía sentido llevar a un corredor por delante y a otro siguiéndolo, tenía que parar a alguno y mandé parar a Peio, porque Perico había ganado la Vuelta, estaba fuerte… pero era una decisión muy dura.

Cabestany se vació tirando de Delgado y en las primeras rampas de Luz Ardiden se apartó.

-Lo dio todo, reventó y se quedó apoyado en un muro -recuerda Perurena.

Por detrás atacó Lucho Herrera y voló montaña arriba, recortando la ventaja a Delgado, pero ese día se cerró una niebla espesa sobre Luz Ardiden, no hubo imágenes de televisión y no había manera de conocer las diferencias.

-Luz Ardiden se me hizo larguísimo -sigue Perurena-. Decían que venía Herrera, que venía Herrera, yo me iba comiendo las uñas.

Delgado ganó por 25 segundos y la jugada del Orbea quedó magistral.

-Si Herrera pilla a Perico, a mí me echan a la calle -dice Perurena-. Es normal que Peio tenga una espina clavada por aquella etapa, porque la hubiera podido ganar, ya nunca lo sabremos. Pero tomé esa decisión y salió bien.

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