Todos sienten la llamada como algo más que una obligación. Es el compromiso con unos valores y con un espíritu. El del trabajo y las cosas bien hechas. La implicación en una firma, una casa. Una familia. Sea sábado y verano. Eso no importa. Todos aparcan sus vidas, cogen el coche y aceleran hasta Irura, a la fábrica de Etxeondo.
Cinco personas trabajando juntas, en equipo, poniendo toda su experiencia al servicio de un buzo. Los patrones, los cortes del tejido, el papel para estampar la tela. Y mientras, Patxi junto a Ibon volando por la carretera para llegar a recogerlo. Cuando se baja del coche al llegar a la fábrica, ya solo quedan por coser las mangas. Una prenda que en una situación normal se confecciona en un mes, estaba lista en dos horas.
“Espero que lleguemos”, mensajea Patxi a Dumoulin a las doce del mediodía.
“Cruzo los dedos. Muchas gracias por hacer el esfuerzo”, le responde el ciclista holandés.
Ibon y Patxi vuelven a coger el coche, con el buzo ya en la mano y aceleran camino de vuelta, otra vez hacia Senpre. Entonces, Patxi entra en contacto con el equipo Sunweb. Una contrarreloj de un Tour de Francia significa caos absoluto en la población que la acoja y sus carreteras de alrededor. Y Patxi, que estaba allí como un aficionado más, con su bicicleta para disfrutar de unos días de ciclismo, ni siquiera tiene acreditación para el coche. Los accesos están totalmente cerrados y la autopista, completamente colapsada. “Hay que llegar aunque sea por el monte”, le dice Patxi a Ibon.
Desde la organización del Tour le aseguran que le darán paso y el Sunweb le promete ir a buscarle a un pueblo cercano. Apenas una hora después, allí están. Patxi deja su coche y se sube al del equipo holandés en dirección al parking de autobuses.
“Ya estoy aquí, tengo un regalo para ti”, le escribe Patxi a Dumoulin. Son las dos menos cuarto de la tarde y le quedan todavía dos horas para tomar la salida.