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La verdadera historia del buzo de Tom Dumoulin

28 de julio del 2018. Amanece en Senpere, los pirineos atlánticos de la Aquitania gala. Hay más ajetreo del normal en el pueblo hoy. Lógico. Hoy el Tour hace parada aquí, con una espectacular crono de 31 kilómetros por el verde y brillante país vascofrancés hasta Espelette. 

28 de julio del 2018. Amanece en Senpere, los pirineos atlánticos de la Aquitania gala. Hay más ajetreo del normal en el pueblo hoy. Lógico. Hoy el Tour hace parada aquí, con una espectacular crono de 31 kilómetros por el verde y brillante país vascofrancés hasta Espelette. Es el último capítulo que le queda a esta ronda gala antes del paseo final por París al día siguiente. En un pequeño hotelito, un puñado de amigos de la familia Etxeondo apura los cafés del desayuno, todavía no son ni las diez de la mañana.
Esta vez no han venido al Tour a trabajar, son un grupo de aficionados al ciclismo más, como los centenares de fieles seguidores vascos que nunca fallan a la cita y han aprovechado la cercanía a casa para cargar las bicicletas en el coche, subir puertos y apostarse en la cuneta para ver pasar a sus ídolos e insuflarles todos sus ánimos.

Por eso dudan, porque el día anterior, en el etapón pirenaico que llevó a la ronda gala desde Lourdes hasta Laruns, ellos ya escalaron las rampas del Tourmalet, de bicicleta van sobrados y hoy la mañana ha salido encapotada y medio lluviosa. El xirimiri tan vasco. Así que al final deciden que se quedan a cubierto, alargando un poco más el desayuno y hoy disfrutarán de la contrarreloj en ropa de calle, no de ciclistas.

Cuando se levantan del comedor para dirigirse cada uno a su habitación, las agujas del reloj aún no han marcado las diez. Entonces el teléfono de Paul resuena. La llamada entrante es de Tom Davids, uno de los expertos en investigación y desarrollo del equipo Sunweb, al que viste Etxeondo.

“Paul, ¿dónde estás? Tenemos un problema. Necesito hablar con Patxi. Nos ha desaparecido el buzo de crono de Tom”.

Tom es Dumoulin, el campeón del mundo contrarreloj, el mejor especialista del mundo en la modalidad que esta tarde se juega no solo un triunfo de etapa, si no también el podio en ese Tour. Su primer podio. Tom Davids había estado llamando a Patxi pero su teléfono figuraba como desconectado. Mala cobertura.

Cuando cuelgan, Paul sale corriendo por el pasillo a buscar a Amaia Rodrigo, justo en el mismo instante en que al teléfono de Patxi llega un mensaje de texto. Es de Tom Dumoulin.

“Patxi, tengo un problema. Los buzos que tenía para la crono de hoy se han perdido. Mi hora de salida es a las 16:00 pero no tengo ropa. ¿Tendríais alguno en la fábrica?, ¿Sería posible tenerlo aquí a esa hora?”

Pasadas las diez de la mañana, Paco Rodrigo se despereza en su casa. Es 28 de julio. Primer día de sus vacaciones. Bien merecidas. Se levanta de la cama y enciende la música. Suena Edith Piaf mientras el café va subiendo en la cafetera. Entonces suena el teléfono. Es su hija Amaia, desde Senpere. Ella, un manojo de nervios, le cuenta. Dumoulin, el corredor estrella vestido por Etxeondo está sin ropa a pocas horas de la crono final y decisiva del Tour. “¡Pues que corra con el maillot y culotte normal! Que se arregle con lo que tiene”, le responde Paco.

Pero no. Según dice eso ya está pensando. Ya está maquinando como poner todo en marcha. Paco se olvida del café y baja el volumen de los acordes que tan bien resuenan en la garganta de Piaf. Empieza a llamar. A empleados suyos. No, a personas. A Xabi, que lo saca de la cama de un salto, a Flori que va camino de la playa a pasar un sábado de verano. A Altuna, que tiene cita en la peluquería, a Mariaje, que ya se está vistiendo y se olvida hasta de dar un trago al café que Paco estaba preparando.

Todos sienten la llamada como algo más que una obligación. Es el compromiso con unos valores y con un espíritu. El del trabajo y las cosas bien hechas. La implicación en una firma, una casa. Una familia. Sea sábado y verano. Eso no importa. Todos aparcan sus vidas, cogen el coche y aceleran hasta Irura, a la fábrica de Etxeondo.

Cinco personas trabajando juntas, en equipo, poniendo toda su experiencia al servicio de un buzo. Los patrones, los cortes del tejido, el papel para estampar la tela. Y mientras, Patxi junto a Ibon volando por la carretera para llegar a recogerlo. Cuando se baja del coche al llegar a la fábrica, ya solo quedan por coser las mangas. Una prenda que en una situación normal se confecciona en un mes, estaba lista en dos horas.

“Espero que lleguemos”, mensajea Patxi a Dumoulin a las doce del mediodía.

“Cruzo los dedos. Muchas gracias por hacer el esfuerzo”, le responde el ciclista holandés.

Ibon y Patxi vuelven a coger el coche, con el buzo ya en la mano y aceleran camino de vuelta, otra vez hacia Senpre. Entonces, Patxi entra en contacto con el equipo Sunweb. Una contrarreloj de un Tour de Francia significa caos absoluto en la población que la acoja y sus carreteras de alrededor. Y Patxi, que estaba allí como un aficionado más, con su bicicleta para disfrutar de unos días de ciclismo, ni siquiera tiene acreditación para el coche. Los accesos están totalmente cerrados y la autopista, completamente colapsada. “Hay que llegar aunque sea por el monte”, le dice Patxi a Ibon.

Desde la organización del Tour le aseguran que le darán paso y el Sunweb le promete ir a buscarle a un pueblo cercano. Apenas una hora después, allí están. Patxi deja su coche y se sube al del equipo holandés en dirección al parking de autobuses.

“Ya estoy aquí, tengo un regalo para ti”, le escribe Patxi a Dumoulin. Son las dos menos cuarto de la tarde y le quedan todavía dos horas para tomar la salida.

Cuando llegan a la zona acotada para los equipos, Dumoulin acaba de volver de inspeccionar los 30 kilómetros del recorrido de la crono y está atendiendo a los medios para contarles sus impresiones antes de tomar la salida. Entonces ve a Patxi y se dirige a las cámaras. “Ellos me han salvado el día, Etxeondo ha creado un buzo de cero para mi”, les dice a los periodistas.

Cuando acaba, Patxi le entrega su prenda y Paul, allí al lado, le pasa al teléfono con Paco.

Thank you very, very much”, es lo único que le sale decir al ciclista.

Venga, tú ahora a lo que estás. Es tu momento campeón”, le responde Paco.

Al colgar, Patxi y Dumoulin se funden en un abrazo. Es el abrazo de la tranquilidad y el relax. De saber que esa es su ropa, y que con ella va a poder volar. Así sucede. Tom Dumoulin pulveriza los tiempos y gana la contrarreloj por tan solo un segundo a Chris Froome, lo que le otorga la segunda plaza en el podio de París. Por un solo segundo.

“Ha sido un día increíble, estaba muy nervioso. Esta mañana nos hemos dado cuenta de que habíamos perdido el buzo de crono. Entonces Etxeondo, nuestro sponsor de ropa, son del País Vasco y ¡Han hecho uno nuevo! ¡Han confeccionado un buzo nuevo esta mañana y lo estoy llevando ahora!”

Esa es la diferencia entre ganar y ser segundo. Un solo segundo. El compromiso con un sello, de todos aquellos que una mañana de vacaciones aparcaron sus vidas para volver al trabajo. El espíritu de equipo, desde quien trajo a Patxi en coche de Senpere a Etxeondo y de regreso, hasta quien cortó un buzo, el mejor del mundo, para el mejor contrarrelojista del mundo, quien lo confeccionó y quien terminó exhibiéndose gracias a llevarlo puesto.

Una historia que no se hubiera forjado ni en las mejores campañas de marketing.

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