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Los años de la audacia (1983-1988)

2ª parte.

Viene de la primera parte.

por Ander Izagirre.

La empresa de refrescos Kas, patrocinadora de un equipo legendario en los años 60 y 70, decidió volver al pelotón a mediados de los 80 con un proyecto ambicioso. Su fichaje estrella fue el irlandés Sean Kelly, contrataron a Ramón Mendiburu como mánager y encargaron la ropa a Etxeondo.

Mantuvieron un diseño muy parecido al del Kas clásico: maillot amarillo con letras negras en el pecho y estrechas franjas azules en el cuello, las mangas y los costados. Como el Tour prohibía maillots amarillos que pudieran confundirse con el del líder, el Kas invertía los colores: salía con un maillot azul y pequeñas franjas amarillas. A Paco Rodrigo le fastidiaba renunciar a la imagen identificativa del equipo justo en la carrera más importante del mundo. Así que en 1988 se atrevió con una pequeña herejía.

-Ideas de Paco -dice Mendiburu-. Va y nos manda para el Tour un maillot más amarillo que azul…

-¡No, no! ¡Era cincuenta y cincuenta, lo calculé para que no pudieran decirnos que era un maillot amarillo! Tenía el pecho y la espalda amarillos, pero los hombros, las mangas y el costado eran completamente azules. Tú veías pasar al ciclista y veías el azul, no se podía confundir con el maillot amarillo.

-Ya, pues vino Goddet, el director del Tour, y nos dijo: “¡Ustedes con ese maillot no salen!”.

-Goddet era de la escuela antigua -tercia Perurena-, director del Tour desde los años 30, iba vestido de explorador, con polainas y salacot…

-Fui a hablar con Xavier Louy, que ese año tomaba el relevo de Goddet -sigue Mendiburu-. Y me dijo que nada, que ni caso, que saliéramos con ese maillot…

-Yo tenía confianza absoluta en Ramón, sabía que con él no nos iban a poner ninguna pega -sonríe Paco.

-Ideas de Paco -dice Mendiburu-. Va y nos manda para el Tour un maillot más amarillo que azul…

-¡No, no! ¡Era cincuenta y cincuenta, lo calculé para que no pudieran decirnos que era un maillot amarillo! Tenía el pecho y la espalda amarillos, pero los hombros, las mangas y el costado eran completamente azules. Tú veías pasar al ciclista y veías el azul, no se podía confundir con el maillot amarillo.

-Ya, pues vino Goddet, el director del Tour, y nos dijo: “¡Ustedes con ese maillot no salen!”.

-Goddet era de la escuela antigua -tercia Perurena-, director del Tour desde los años 30, iba vestido de explorador, con polainas y salacot…

-Fui a hablar con Xavier Louy, que ese año tomaba el relevo de Goddet -sigue Mendiburu-. Y me dijo que nada, que ni caso, que saliéramos con ese maillot…

-Yo tenía confianza absoluta en Ramón, sabía que con él no nos iban a poner ninguna pega -sonríe Paco.

De vez en cuando, Etxeondo tenía que hacer malabares para cambiar el diseño de los maillots. Por exigencias como las del Tour o porque el equipo conseguía un patrocinador de última hora.

-He tenido que hacer maillots para ir al Tour con un patrocinador nuevo en dos o tres días. Diseñar la ropa, producirla, enviarla, todo contrarreloj. Algunas empresas sí que tenían una imagen corporativa trabajada, pero otras simplemente te mandaban el logotipo y yo tenía que inventarme el diseño. Seur, por ejemplo, tenía una idea muy clara y muy bonita, pero claro, luego también hay que ganar carreras. Si haces un maillot precioso pero los ciclistas no ganan, no te luce. El famoso maillot de La Vie Claire era magnífico, sí, pero tuvo la fama que tuvo porque lo llevaban Hinault y Lemond y ganaban Tours.

El maillot de La Vie Claire se inspiró en los cuadros del pintor Mondrian: rectángulos de color azul, rojo, amarillo, blanco y negro, separados por gruesas líneas negras.

-Menos es más. A algunos les cuesta entender eso. Les haces un diseño sobrio, elegante, y te dicen que metas el logo en más sitios y que pongas palabras en los espacios libres. Piensan que cuanto más llenes el maillot con la publicidad, más se verá. Y no es cierto. Te ahogan el maillot, te llenan los espacios donde el diseño respira. A veces he aceptado, a veces hemos negociado, a veces me he negado. Yo quiero que mi maillot sea elegante y se vea bien. Entiendo que hay equipos que salen adelante con diecisiete patrocinadores y que hay que meterlos a todos como sea, pero yo no estoy dispuesto a cualquier cosa. Es mi imagen, es un maillot de Etxeondo, no puede ser cualquier embrollo. Hay maillots que no haría ni aunque viniera el mejor equipo del mundo ofreciéndome un dineral.

De vez en cuando, Etxeondo tenía que hacer malabares para cambiar el diseño de los maillots. Por exigencias como las del Tour o porque el equipo conseguía un patrocinador de última hora.

-He tenido que hacer maillots para ir al Tour con un patrocinador nuevo en dos o tres días. Diseñar la ropa, producirla, enviarla, todo contrarreloj. Algunas empresas sí que tenían una imagen corporativa trabajada, pero otras simplemente te mandaban el logotipo y yo tenía que inventarme el diseño. Seur, por ejemplo, tenía una idea muy clara y muy bonita, pero claro, luego también hay que ganar carreras. Si haces un maillot precioso pero los ciclistas no ganan, no te luce. El famoso maillot de La Vie Claire era magnífico, sí, pero tuvo la fama que tuvo porque lo llevaban Hinault y Lemond y ganaban Tours.

El maillot de La Vie Claire se inspiró en los cuadros del pintor Mondrian: rectángulos de color azul, rojo, amarillo, blanco y negro, separados por gruesas líneas negras.

-Menos es más. A algunos les cuesta entender eso. Les haces un diseño sobrio, elegante, y te dicen que metas el logo en más sitios y que pongas palabras en los espacios libres. Piensan que cuanto más llenes el maillot con la publicidad, más se verá. Y no es cierto. Te ahogan el maillot, te llenan los espacios donde el diseño respira. A veces he aceptado, a veces hemos negociado, a veces me he negado. Yo quiero que mi maillot sea elegante y se vea bien. Entiendo que hay equipos que salen adelante con diecisiete patrocinadores y que hay que meterlos a todos como sea, pero yo no estoy dispuesto a cualquier cosa. Es mi imagen, es un maillot de Etxeondo, no puede ser cualquier embrollo. Hay maillots que no haría ni aunque viniera el mejor equipo del mundo ofreciéndome un dineral.

“SOLOMILLO URGENTE PARA KELLY”.

En 1986 cuatro equipos participaron en el Tour con ropa de Etxeondo: Orbea, Fagor, Kas y Reynolds, dos con sede en Gipuzkoa, otro en Álava y otro en Navarra.

-Ahora el marketing ha cambiado, entonces lo más importante era vestir a equipos profesionales y ganar carreras -dice Paco Rodrigo-. Aquí teníamos de todo: buenos corredores, buenas empresas con interés por invertir en el ciclismo y fichar a figuras… Teníamos a un montón de ciclistas ganando carreras, era imposible hasta llevar la cuenta. Me acuerdo de Jean-Luc Vandenbroucke. Corría en el Kas, yo al principio no sabía ni quién era, y el tío empezó a ganar un montón de contrarrelojes, hasta se puso de amarillo en el prólogo de la Vuelta.

En 1988 Etxeondo ganó el Tour con Delgado y la Vuelta con Kelly. Los triunfos no llegaban solos: Paco Rodrigo tuvo que dedicar muchas horas a los culotes del irlandés, porque sufría forúnculos con frecuencia y el año anterior se había retirado de la Vuelta cuando era líder a falta de cuatro etapas, porque ya no soportaba más el roce con el sillín.

-Siempre se dice que tenía forúnculos, pero lo suyo era un absceso -explica Mendiburu, que era mánager del Kas y siguió muy de cerca los sufrimientos de Kelly. Un absceso es una infección de glándulas que produce pus, inflamación y fiebre. Si ocurre en el perineo, apoyarse en el sillín causa un dolor insoportable.

Kelly llevaba la Vuelta de 1987 bien encarrilada, recuerda Mendiburu, porque se mantenía a medio minuto del escalador Lucho Herrera y esperaba alcanzar el liderato en la contrarreloj de Valladolid. El día anterior se le agravaron las rozaduras en el perineo y pasó un martirio de 220 kilómetros. Las crónicas cuentan que Kelly se acercó al coche de los doctores de la Vuelta y les pidió un filete para ponérselo en la zona inflamada, pero que no pudieron dárselo porque era domingo y no encontraron ninguna carnicería abierta.

-Nada de filetes -dice Mendiburu-. Kelly se puso un taco de solomillo que le compré yo mismo en Ponferrada. 

Esa misma noche los médicos de la Vuelta le abrieron la zona infectada para limpiársela de pus y reducir la inflamación pero no fue suficiente.

-Lo tenía hinchadísimo, rojo rojo, una pinta horrible. Al día siguiente corrió la crono con un filete en el perineo. Lo pasó fatal. Terminó segundo y se puso líder. Pero ya sabíamos que no podía seguir. Llamé a don Luis Knörr, el patrón del Kas, para decirle que teníamos la Vuelta en la mano pero que Kelly se iba a retirar al día siguiente. A Kelly le dije que saliera sin decir nada, para evitar el remolino de periodistas, y que a los diez kilómetros se subiera a mi coche.

Paco Rodrigo recuerda que Kelly siempre sufría problemas en la misma zona del perineo.

-Le preparé unos culotes especiales. Le hice unas badanas que tenían un acolchado un poco más grueso alrededor del punto que se le solía inflamar, para que no se apoyara ahí. En la Vuelta del 88 también tuvo algunos problemas, pero gracias a estas badanas no fue a más y acabó ganando.

Así que Paco Rodrigo conocía al milímetro el perineo de Sean Kelly.

-Hombre, claro, hasta guardé el patrón -se ríe-, tenía guardado por ahí el patrón del culo de Kelly.

Esas elaboraciones tan minuciosas no las reservaba solo a los jefes de fila.

-Si me venía un ciclista con algún problema, yo metía todas las horas que hiciera falta hasta encontrarle una solución, daba igual que fuera un líder o un gregario. El culote es muy delicado. Cualquier imperfección te puede fastidiar una carrera. Cada uno tiene sus problemas y sus manías, alguno quería unas badanas muy anchas que en realidad no le hacían falta, yo tenía que convencerlos de que esa no era la solución, pero es un asunto muy personal. A cada ciclista hay que darle su medida justa.

Y eso es mucho trabajo.

-Imagínate el año en que salimos con cuatro equipos en el Tour. Teníamos que afinar los culotes de cuarenta ciclistas para la prueba más importante del año, que ninguno tuviera problemas en tres semanas, con el calor, con las palizas que se dan…

Txomin Perurena dice que Kelly tendría aquellos problemas porque apretaba el culo como nadie.

-Fui su director en el Lotus-Festina en 1992. En la Tirreno-Adriático, Kelly terminaba las etapas, le daban un poco de masaje y se iba a rodar más kilómetros para coger fondo, porque el siguiente sábado era la Milán-Sanremo. Y la ganó, con casi 36 años.

-Yo me acuerdo de un Critérium Internacional -dice Paco Rodrigo-. En el sector de la mañana Kelly llegó con un grupo de cinco o seis, Roche, Fignon, Bernard, lo mejor de lo mejor, y les ganó al sprint. Le estaban dando masaje en el coche y le dijo a Mendiburu: “Tú tranquilo, que he guardado fuerzas para la crono de esta tarde, ya verás”. Me impresionó esa seguridad. Mira qué rivales tenía, ¿eh? Pero él lo tenía clarísimo, sabía que les iba a ganar y les ganó. Ese salía con el nervio matao.

-Era muy profesional -confirma Mendiburu-. Un tipo callado, humilde, muy atento.

En 1988, en aquella temporada en que los ganadores de Tour y Vuelta vestían Etxeondo, el Giro de Italia vivió un episodio dramático: la nevada del Gavia. Pedro Delgado, décimo en aquel infierno, no cree que la ropa de entonces resultara insuficiente. El problema fueron unas condiciones extremas con las que hoy se suspendería la prueba: pasaron a 2.621 metros con cinco grados bajo cero y una nevada que tapaba la carretera, y se lanzaron a un descenso de veinticinco kilómetros con una sensación térmica que rondaría los treinta bajo cero.

En 1988, en aquella temporada en que los ganadores de Tour y Vuelta vestían Etxeondo, el Giro de Italia vivió un episodio dramático: la nevada del Gavia. Pedro Delgado, décimo en aquel infierno, no cree que la ropa de entonces resultara insuficiente. El problema fueron unas condiciones extremas con las que hoy se suspendería la prueba: pasaron a 2.621 metros con cinco grados bajo cero y una nevada que tapaba la carretera, y se lanzaron a un descenso de veinticinco kilómetros con una sensación térmica que rondaría los treinta bajo cero.

-Ya sabíamos que podía nevar -recuerda Delgado-, de hecho en los primeros kilómetros en el pelotón se hablaba de hacer un plante, pero tiramos. Empecé a subir el Gavia con guantes de neopreno, que eran una novedad, muy buenos, pero me daban demasiado calor y me los guardé en el bolsillo. En la parte alta me entró cada vez más frío. Llegué arriba tiritando. Me paré, los auxiliares del Reynolds me dieron un bidón de té caliente y una de esas chaquetas térmicas con capucha que hacía Etxeondo, que eran muy buenas. Intenté ponerme los guantes pero ya no podía, porque tenía las manos heladas y no conseguía acertar con los dedos. Así que tiré para abajo sin guantes ni nada, no sé ni cómo conseguí frenar en las curvas. En esa época ya teníamos buena ropa de abrigo, había neopreno y prendas térmicas, pero era imposible prepararse para semejantes condiciones. Ahí aprendes que igual es mejor que los auxiliares te esperen con guantes más grandes, para que puedas meter las manos heladas, algo aprendes, pero no es una situación normal.

-Ya sabíamos que podía nevar -recuerda Delgado-, de hecho en los primeros kilómetros en el pelotón se hablaba de hacer un plante, pero tiramos. Empecé a subir el Gavia con guantes de neopreno, que eran una novedad, muy buenos, pero me daban demasiado calor y me los guardé en el bolsillo. En la parte alta me entró cada vez más frío. Llegué arriba tiritando. Me paré, los auxiliares del Reynolds me dieron un bidón de té caliente y una de esas chaquetas térmicas con capucha que hacía Etxeondo, que eran muy buenas. Intenté ponerme los guantes pero ya no podía, porque tenía las manos heladas y no conseguía acertar con los dedos. Así que tiré para abajo sin guantes ni nada, no sé ni cómo conseguí frenar en las curvas. En esa época ya teníamos buena ropa de abrigo, había neopreno y prendas térmicas, pero era imposible prepararse para semejantes condiciones. Ahí aprendes que igual es mejor que los auxiliares te esperen con guantes más grandes, para que puedas meter las manos heladas, algo aprendes, pero no es una situación normal.

-Entonces ya hacíamos culotes y camisetas interiores que daban calor -explica Paco Rodrigo-. Usábamos un tejido especial de fibras huecas, un avance en la termorregulación. Yo siempre me hacía amigo de los ingenieros textiles, conocí a los únicos que fabricaban esas fibras y se las compraba. Luego dejaron de hacerlas, desmontaron las máquinas, y las tuve que montar yo para seguir fabricándolas. También usábamos tejidos repelentes de agua, vendimos un montón de prendas para el frío y la lluvia. Siempre andábamos atentos a los avances técnicos. 

LAS COSTURERAS DE CASTEJÓN.

No hay campeón sin badana. No hay podio en París sin taller de Castejón. No hay Sean Kelly sin Amparo Martí.

En esos años de expansión de Etxeondo en el ciclismo internacional, Paco Rodrigo abrió un taller en Castejón, su pueblo, en la Ribera navarra. Unas diez personas confeccionaban ropa en el taller y otras cuantas autónomas cosían en sus casas.

-A mí me traían labor a casa -recuerda Amparo Martí, que lleva 36 años elaborando prendas de Etxeondo-. Empecé a coser gorras del Kas y guantes del Reynolds. Me venía muy bien trabajar en casa, porque tenía dos niñas pequeñas, y ya unos años más tarde nos pasamos todas al taller.

Ahora trabajan allí treinta mujeres que confeccionan toda la ropa de los equipos profesionales y todos los culotes de Etxeondo.

-El culote es nuestra especialidad, el producto estrella -dice Martí-. Al principio tuvimos que aprender muchas cosas porque la licra es un tejido complicado, muy elástico, se abre, se rasga. Con las primeras máquinas que usábamos, la licra se rompía. Trajeron otras máquinas específicas. Y luego está la badana: es muy delicada, si la pones medio centímetro fuera de su sitio, le puedes fastidiar la carrera a un ciclista. Aquí empiezan a trabajar costureras que se pasan tres o cuatro meses aprendiendo a poner badanas antes de coser la primera. Se lo decimos siempre: no pagamos por la cantidad de prendas cosidas, sino por la calidad.

Martí tiene 65 años y le falta poco para jubilarse. Dice que le dará mucha pena dejar el taller.

-Si es que esto parece ya mío. Es mi vida. Aquí hemos trabajado tanto y nos ha hecho tanta ilusión ver los resultados… Siempre estamos atentas a las carreras, vemos a los ciclistas con nuestra ropa en la tele y lo comentamos: “Oye, has visto qué bien están las cremalleras, qué bien le quedaba el buzo…”. Eso es muy importante en la vida: el orgullo de hacer las cosas bien.

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