“Lo que una persona crea alrededor suyo”, explica Juanma, “y lo que lleva dentro y consigue trasmitir”. Lo que Carlos y Víctor han dado al mundo del ciclismo, uno llegando a lo más alto, a ganar el Tour de Francia siendo ese niño humilde que creció en Ávila para convertirse en un gregario, un marinero sencillo y trabajador, de trayectoria impecable. Siempre desde la discreción, y siempre con el sacrificio como filosofía de vida. La misma que su padre Víctor, el padre abnegado y orgulloso que con su apoyo incondicional a la base logró crear su gran sueño, las escuelas de ciclismo de El Barraco donde dar cabida a los niños del pueblo para empujarles a una vida sana. Y sin pedir nunca nada a cambio por ello.
“Es que yo ya pensaba que todo el mundo se había olvidado de mi, porque parece que hay que estar en el candelero, en primera línea para recibir cosas como ésta y que hoy os acordéis de mi cuando yo ahora estoy en mi pueblo, tranquilo me hace sentirme muy especial”. Algo único y especial, un momento mágico rodeado de amigos. De las escuelas de ciclismo de Gipuzkoa que, como Víctor Sastre se afanan por hacer cantera, de Perico Delgado, Haimar Zubeldia, Pedro Horrillo o Patxi Vila. De José Miguel Echávarri, Ramon Mendiburu o Txomin Perurena, anteriormente premiados. Juntos todos, la familia Etxeondo en una noche mágica para un momento único. “Vas haciendo cosas así, especiales, que son a escala pequeña pero van cogiendo cuerpo”, dice Iñigo. Van moviendo el mundo.