El maillot de los valores
A veces, hay momentos que ocurren cosas especiales. Una idea, algo que ronda la cabeza y que no se marcha de ahí. Ensordece la mente. Había sucedido un tiempo antes que, andando en bicicleta, sintiendo esa libertad sin igual que da el aire al sacudir el rostro, el sentirse libre pedaleando, el chef Iñigo Lavado sumaba kilómetros junto a su amigo, y todavía ciclista Juanma Garate. Entonces ocurre.
Los valores que el todavía ciclista profesional encarna como nadie. Discreción, trabajo duro, sacrificio y mucha constancia para una dilatada carrera que está a punto de llegar a su fin pero en la que todavía le queda toda su dedicación por dar, como ha hecho siempre. Volcando todo su amor por lo que hace. Por el ciclismo.
A veces, hay momentos que ocurren cosas especiales. Una cena. A puerta cerrada. Solo para los amigos. Una noche de verano, el restaurante Singular de Iñigo se cierra para Paco Rodrigo. Iñigo entra y sale de la cocina para preparar los platos. Y Paco le sigue, quiere ver lo que se cuece ahí dentro, entre fogones. Es magia. Paco se siente identificado con toda esa creación, esa ebullición que toca a los cinco sentidos. “Es que yo hago lo mismo que tu, pero en mi caso con textil. Y tu cocinando”, le dice.
Con toda esa inspiración, Iñigo Lavado siente ya que no puede echarse atrás. Que esa idea, con esa noche tan especial es lo que necesita. Aguanta apenas unas semanas y entonces coge el teléfono y llama a Paco Rodrigo. Tiene que contarle esa idea. Lo que no para de rondarle la cabeza. “Al minuto uno le gustó la idea y me ordenó que fuese a verle a Etxeondo”. Y así lo hizo. Paco paró por completo la producción de Etxeondo y puso a todo su equipo a su disposición para crear esto. El maillot de los valores.
Él, a punto de retirarse, no pudo creérselo. “me pilló completamente descolocado, yo no me lo esperaba”, dice el exciclista guipuzcoano entre risas. “Yo fui el gancho final, habíamos hablado mil veces de esto y le habíamos dado forma juntos, ¿pero cómo me lo das a mi?”, le preguntó Juanma.
Después llegaron Ramón Mendiburu, José Miguel Echavarri y Perurena. En 2019 el turno ha sido para Carlos y Víctor Sastre. Pero no por haber ganado el Tour de Francia, como son casi todos los homenajes que el abulense ha recibido desde que hace más de diez años se vistiese de amarillo en París. No. Esto es mucho más. Va más allá.
En eso iba a consistir. Un ritual. Un momento único y mágico al año en el que juntar a los amigos que ya son mucho más, parte de la familia ciclista que ha creado Etxeondo. Y con un protagonista homenajeado. No por sus triunfos ni sus logros deportivos, si no por lo que representan, lo que han dado a la vida y al ciclismo en base a sus principios y bases de vida. La humildad, el saber hacer, el sacrificio, la constancia. Los valores.
En ese proceso Juanma, Iñigo y Paco, juntos, no solo diseñaron el maillot y lo vieron nacer. También estaban reproduciendo sin saberlo todos esos valores que querían trasmitir. “Hacer las cosas de corazón, con ilusión, teniendo perseverancia en lo que uno cree y siente, con generosidad”. Es el mismo sentimiento que Paco tiene cada día cuando crea. Hacer sentir al ciclista que viste sus prendas como alguien único y especial. “En eso hay mucho esfuerzo, hay que hacer las cosas que uno siente desde dentro. Eso nos une a los tres”.
Ese camino trajo el maillot de los valores. Un maillot único, como el vencedor del Giro de Italia que se lleva su maillot rosa o el mejor escalador del Tour de Francia para quien está destinado el maillot a topos rojos. Un maillot que no estuviese a la venta, que solo hubiese uno al año porque solo le pertenecerá a aquellos que encarnen todos esos valores. A nadie más. Iñigo tuvo claro para quien tenía que ser en su primera celebración: Juanma Garate. Él debe ser el primer eslabón de esta historia porque sus valores son los primeros que dan significado a este maillot.
“Lo que una persona crea alrededor suyo”, explica Juanma, “y lo que lleva dentro y consigue trasmitir”. Lo que Carlos y Víctor han dado al mundo del ciclismo, uno llegando a lo más alto, a ganar el Tour de Francia siendo ese niño humilde que creció en Ávila para convertirse en un gregario, un marinero sencillo y trabajador, de trayectoria impecable. Siempre desde la discreción, y siempre con el sacrificio como filosofía de vida. La misma que su padre Víctor, el padre abnegado y orgulloso que con su apoyo incondicional a la base logró crear su gran sueño, las escuelas de ciclismo de El Barraco donde dar cabida a los niños del pueblo para empujarles a una vida sana. Y sin pedir nunca nada a cambio por ello.
“Es que yo ya pensaba que todo el mundo se había olvidado de mi, porque parece que hay que estar en el candelero, en primera línea para recibir cosas como ésta y que hoy os acordéis de mi cuando yo ahora estoy en mi pueblo, tranquilo me hace sentirme muy especial”. Algo único y especial, un momento mágico rodeado de amigos. De las escuelas de ciclismo de Gipuzkoa que, como Víctor Sastre se afanan por hacer cantera, de Perico Delgado, Haimar Zubeldia, Pedro Horrillo o Patxi Vila. De José Miguel Echávarri, Ramon Mendiburu o Txomin Perurena, anteriormente premiados. Juntos todos, la familia Etxeondo en una noche mágica para un momento único. “Vas haciendo cosas así, especiales, que son a escala pequeña pero van cogiendo cuerpo”, dice Iñigo. Van moviendo el mundo.